Siendo sincera yo no
creía que existieran lazos tan fuertes entre la figura paterna y un hijo (quizás
porque mi familia directa está liderada por una mujer que ha sido el mejor
padre y madre que pude haber pedido en la vida y mis abuelos un gran apoyo)
Pero basta de mí,
comencemos con el relato… Era uno de esos días en los que te congelabas por las
mañanas a causa de la temperatura ambiental pero a la 1 del medio día comenzabas
a sudar indicando que el calor se avecinaba.
Y así me encontraba yo, sudando, cansada, aturdida por el calor, con
dolor de cabeza después de un día muy pesado que había iniciado con escuela,
continúo con prácticas profesionales y finalizaba con mi antiguo trabajo.
La
ruta 18 era aquella que me llevaba directamente al edificio donde laboraba,
siendo sincera SIEMPRE la he odiado. Aunque debo reconocer que es una de las
mejores para mi gusto (hablando completamente sobre la estructura del camión).
Ya
habían pasado alrededor de 20 minutos y el móvil se llenaba más en cada parada,
yo me mostraba indiferente y hasta cierto modo “sangrona” al no voltear a
ningún lado, simplemente veía los carros pasar a través de la ventana.
Tenía
una visibilidad total del camión porque estaba sentada casi hasta atrás, aunque
claro las personas paradas en la mitad de éste, dificultaban un poco mi espionaje
hacia los presentes.
Al
llegar al boulevard solidaridad mi cabeza estaba feliz porque al fin me bajaría
del transporte aunque triste y estresada porque mi jornada laboral estaba a
punto de iniciar. De un momento a otro noto que nos detenemos, lo cual no me
sorprendió porque las paradas continuas son algo normal en los camiones. Mucha
gente bajó y otra vez volví a tener una visibilidad total del camión. Solo un
asiento se desocupó y exactamente atrás del conductor a un lado de la máquina
que registra los pagos que hacemos al subir.
Observaba
tranquilamente a las personas que ascendían por esa escalera y pasaban su
tarjeta de descuento a través del lector cuando noto que un señor de edad
madura, canoso y de lentes sube acompañado de un niño. Lo que captó mi atención
es que ese asiento libre que quedó disponible para el adulto no fue utilizado
por él, al contrario, el niño de alrededor 12 años de edad tomó el asiento como
respuesta a la petición del hombre.
El
infante tenía un físico muy puro y estético, a simple vista parecía un muñeco
de porcelana que podía romperse, sus facciones eran muy finas, su nariz era
delgada, su piel clara y su cabello castaño. “Qué falta de educación” fue lo
que pensé después de que el niño aceptara el asiento.
El
señor canoso no buscó siquiera otro lugar para sentarse, se quedó parado justo
al lado del menor, que de un momento a otro comenzó a ponerse inquieto. Sus
manos golpeaban el asiento de enfrente, no era un ataque de histeria ni nada
así pero yo notaba un nerviosismo en él, un miedo y no entendía por qué.
-“Tranquilo aquí estoy, no te pasará nada, no
te dejaré… solo estamos adentro de un camión. No te asustes al rato nos
bajaremos”
El
niño asintió con la cabeza y comenzó a mover sus extremidades superiores como si buscara algo, el hombre suelta una de las
manos con las cuales se tenía para no caer como causa al movimiento tan brusco
y se la da.
-“Aquí estoy” repitió
En
ese momento el niño seguía moviendo sus manos, pero ahora llegaban a la máquina
lectora de tarjetas que estaba a su derecha, la analizó completamente y tomó de
nuevo la mano del hombre a quien dirigió hacia el objeto.
-“Esto es la máquina dónde pones la tarjeta
para subir al camión. Escucha”
El
señor saca de la bolsa de su pantalón la tarjeta y la pasa por el lector, “Bip-Bip”
es lo que se escucha y el infante suelta una carcajada. Después coloca su mano
libre en el hombre del niño y callan.
El
transporte sigue avanzando y mi parada ya era la siguiente, por lo tanto me
levanto del lugar donde estaba y me dirijo a la puerta de salida que en esta
ruta está ubicada en el centro del móvil. Ahora tenía una mayor vista de
nuestros personajes y mis lentes de sol de hello kitty me ayudaban a disimular
la atención que tenía puesta en ellos.
Un
minuto después se desocupa el asiento exactamente detrás del niño y el señor lo
toma. Al notar la ausencia del mayor en
su hombro. El pequeñín comienza a
inquietarse de nuevo y busca la mano que le hace falta como loco.
Al
escuchar esto mi corazón se aceleró, mi garganta se hizo nudo y no pude
contenerme a escribir la historia.
El
niño era ciego, él no tenía la oportunidad de disfrutar de las maravillas que
nuestro sentido de la vista nos permite observar, él se espantaba ante la
multitud dentro del móvil, él tenía miedo a estar solo, miedo ante todos los
objetos desconocidos que lo rodeaban en ese momento. Pero lo que de verdad tocó
mi corazón fue que su padre estaba ahí… dándole una mano de apoyo que posaba
sobre el hombro del niño y recordándole lo mucho que lo amaba, demostrándole
que mientras él estuviera a su lado todo estaría bien. Formando seguridad en el
pequeño, convirtiéndose en el súper héroe personal con el que cada niño sueña y
sobre todo dándole una razón para soñar mañana.
A
veces nosotros no valoramos a los padres que tenemos o viceversa existen padres
que no valoran a los hijos o la esposa que tienen. Siendo sincera no soy de las
que cree que existen las familias perfectas. Para mí la familia es unión quizás
no con los componentes “normales” mamá, papá e hijos pero si con los que te
aman.
Valoremos
a quienes nos rodean y recordémosles a los nuestros lo mucho que los queremos a
pesar de las diferencias que podamos tener. Porque la familia es la que irá de
tu mano hasta el fin del mundo.
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